martes, 21 de abril de 2009

tomando café

La cajita de música dejó de sonar cuando se terminó la cuerda, mientras Marcos se secaba la cabeza con la toalla terminando con el pelo todo alborotado, luego siguió a Antonio por la puerta que se encontraba detrás del escritorio que servía como caja. Entraron a una cocina en la que había una estufa, un horno de microondas y una mesa cuadrada con un mantel floreado. Antonio metió dos tazas con figuras navideñas llenas de agua al microondas y lo accionó para calentarlas. Marcos se sentó en las sillas de fierro y tomó una de las galletas marías que había sobre la mesa, se la metió en la boca.
-Me choca la lluvia- dijo aún con la boca llena.
-Y también los truenos, no?- replicó Antonio colocando un frasco de café soluble en la mesa.
-Sí serás baboso... -Marcos dejó escapar una sonrisa. Los dos comenzaron a entrarle con gusto a las galletas marías y se prepararon un café, Antonio le agregó un poco de leche y Marcos se lo tomó negro.

Marcos y Antonio han sido amigos durante más de dos años, se conocieron en la escuela fumando a escondidas, comenzaron a hablar de música, películas, libros y de cosas que les gustaban hacer y se dieron cuenta de que tenían muchísimo en común aunque el pasado y las familias de cada uno eran muy distintas. Marcos es el quinto de seis hermanos y Antonio es hijo único. Iban en la misma escuela pero en diferente salón de clase, durante los recreos se escondían bajo las gradas del campo de futbol a fumar y platicar. Ninguno de los dos tenía grandes amigos de salón de clase, de hecho, parte de lo que los conectaba era su sentimiento de impertenencia al demás grupo de muchachos en la escuela. Disfrutaban mucho criticando a todos y cada uno de los compañeros con sarcasmo y con un sentido del humor corrosivo. Su amistad se fue fortaleciendo mucho y siempre se juntaban a fumar mientras tomaban café, caminaban en el centro, escuchaban música en la casa de alguno de ellos, o platicaban incansablemente de las muchachas de quienes se enamoraban y alardeaban de sus encuentros con ellas, la mayoría de las veces eran mínimos, pero siempre los exageraban en la charla.

Comenzaban las vacaciones de verano y entrarían al último año de la secundaria dentro de dos meses. Antonio convenció a Marcos de entrar a trabajar en el bazar, con la única motivación de estar cerca de Mariloli, la nieta de don Anselmo quien es dueño del lugar. Marcos solidariamente también aceptó el trabajo.

-Qué bueno que llegaste Marcos, ya me estaba aburriendo muchísimo, además bien lo sabes, este lugar da escalofríos.
-Ni que lo digas! Qué onda con la estatua del soldado barbón, la verdad sí me sacó un pedote.

Antonio se acordó del brinco de Marcos y casi se atraganta con el café por la risa que le causó.
-Ya wey!!!! mejor cuéntame a qué hora la trajeron o qué onda.

-La dejaron a consigna en la mañana. Don Anselmo debe valuarlo primero, pero la pusieron en donde encontraron espacio y la verdad está tan pesada que mejor ahí la dejé. - Toño tomó un sorbo del café. - La verdad es de las cosas que tiene tla tienda que más me ha gustado.

- A mí me gustan más la espadas samurai que están en la pared.

Abrieron la ventana y sacaron los cigarros. Marcos empezó a contarle a Toño que se había encontrado a una muchacha muy bonita en el autobús, pero que estaba al otro lado y cuando ya se iba animar a hablarle ella pidió la parada y se bajó. Toño fue empático con él.

-Te entiendo a la perfección, siempre que creo que puedo invita a Mariloli por un café, su abuelo me llena de trabajo y ya después no puedo.

La lluvia se había convertido en un murmullo y se escuchaban truenos muy lejanos que no asustaban ya. Sonaron entonces muchas campanadas de varias tonalidades, melodías y algunos cu-cús.

- Son las siete- dijo Toño- voy a cerrar.
- Me traes mi mochila porfa? - le solicitó Marcos.

Después de cerrar la puerta de la entrada, con todos los pasadores, y apagar las luces de la sala, regresó Toño a la cocina, le dio la mochila a Marcos y él sacó una cajetilla de cigarros de la bolsa externa.

Ahora se oían sólo la lluvia y el tic-tac de los relojes. Prendían un nuevo cigarro cuando Marcos se dio cuenta de que había un sonido nuevo en el ambiente que no había notado.

-¡¿Toño, oyes eso?!

Toño guardó silencio y sus ojos se abrieron todo lo que podían mientras se le erizaba la piel. Una música de vals como tocada por campanitas invadía el ambiente. La mísma música de la cajita que se había caido al piso.

- Tú le diste cuer...?- preguntó Marcos, pero interrumpió la frase al ver que Toño negaba con la cabeza. Los dos voltearon hacia la puerta que comunicaba con la sala de exhibición y en ese justo momento, se apagaron las luces dejando únicamente dos puntos rojos flotando en oscuridad.